La diferencia que salva o mata las relaciones
La mujer es una caja, el hombre muchos cajones.
Uno de los grandes engaños de nuestra sociedad es el de repetir machaconamente aquello de que hombres y mujeres somos iguales. Es cierto que lo deberíamos ser ante la ley y que urge conseguir de una vez por todas la igualdad de oportunidades, de sueldo y de todo lo que tenga que ver con los derechos y el desarrollo personal, pero eso no quita, que hablando biológica y psicológicamente, las diferencias son tan palpables que parecemos vivir en el mismo planeta pero en distintos mundos. La masculinidad y la femineidad son diversos y la proporción de una y otra faceta que cada uno posea, marcará su devenir. Uno de los aspectos que deja más al descubierto esta diferencia abismal entre la femineidad y la masculinidad es la manera de acercarse al encuentro sexual.
La mujer (la proporción femenina del ser humano) es como una gran caja –un cajón de sastre, se decía antes– donde todos los aspectos de la vida están unidos y se influyen unos a otros de forma absoluta . Todas y cada una de ellas van a influir en su estado anímico y por lo tanto en su afectividad: la vida familiar, la pareja, el trabajo, las compras, la salud, la relación con la amigas… todo se correlaciona con todo y a todo está atenta con la misma intensidad. Un problema de cualquier índole le va a afectar en todo lo demás, pues su ánimo estará pendiente de la dificultad que tiene encima, mientras que una pequeña victoria le va a subir el ánimo en todo lo demás.
La mente del hombre (la proporción maculina del ser humano), por el contrario, es como una mesa llena de pequeños cajones y en cada uno de ellos se encuentra una faceta de su vida. Cuando quiere dedicar tiempo al trabajo, abre el cajón del trabajo y mantiene los demás cerrados; cuando pasa al cajón del descanso, cierra el del trabajo y descansa; cuando toca el tiempo de la esposa, cierra el descanso y se concentra en la esposa. A cada aspecto le dedica su tiempo mental y no encuentra una correlación lógica entre una cosa y otra.
Este es un aspecto tan esencial como desconocido por nuestra sociedad. La percepción de la relación sexual entre el hombre y la mujer son totalmente diversos y conlleva un problema en las relaciones íntimas.
Dentro de la relación afectiva, tanto el hombre como la mujer consideran el amor como parte primordial e indispensable, pero no así dentro de la relación propiamente genital. El hombre presupone que ya hay amor y lo que quiere es un desahogo biológico que le resulta necesario. La mujer, en cambio, necesita que el amor se haga palpable por medio de las palabras, los signos y los actos; y eso, no sólo durante el cortejo del apareamiento – los famosos preliminares – sino durante el conjunto de la jornada. Si no ha habido una sensación de amor durante el transcurso del día, la mujer carecerá del impulso hacia la unión física, y si lo hace, será por complacer al hombre que lo está deseando.
De este hecho, tan cotidiano, surge la falsa creencia de a los hombres les gusta el sexo más que a las mujeres. En realidad, los dos lo desean y lo necesitan, pero mientras que el hombre no necesita nada para sentir el impulso, la mujer requiere de un ambiente de amor y cariño que culmine con el acto físico genital. Prueba de ello, es la existencia de la prostitución para desahogo físico de los hombres, y no para mujeres, pues a ellas, generalmente, ese tipo de relación sin un cariño y un compromiso de por medio, les provoca algo muy parecido al asco.
Hay un viejo chiste que sirve tanto a las mujeres para burlarse de la simplicidad extrema de los hombres como a los hombres para quejarse de la excesiva complicación de las mujeres:
Cómo satisfacer a una mujer: Mímala, piropéala, consuélala, llámala, regálale cosas, recuerda aniversarios y cumpleaños (incluyendo los de los suegros), paséala, acaríciala, adúlala, defiéndela, haz de mecánico, fontanero, electricista, carpintero, jardinero, albañil y cuanto cuadre. Acompáñala en las compras, excítala, hazla reír, invítala a comer fuera, apóyala, perdónala, contémplala, cómprale muchos zapatos, bolsos y vestidos. Adórala.
Cómo satisfacer a un hombre: Desnúdate.
¿Dónde está entonces la solución? Primero en conocer esta diferencia tan elemental y luego en el esfuerzo mutuo por facilitar las cosas a la otra parte. Por un lado, el marido debe de entender que aunque los cajones de su vida se abren de uno en uno, el de la mujer nunca debe estar cerrado del todo. Que no puede dejar pasar una mañana sin una llamada, un detalle, un comentario sobre algo que le interese, algo que le sirva a su mujer para comprender que es especial para él. Por otro lado la mujer debe comprender que la mente del hombre es distinta y que cuando tiene la cabeza concentrada en otras responsabilidades no posee el instinto de estar en comunicación continua con la pareja, lo cual no significa que no la quiera o que la descuide.
Si se comprende este aspecto, se habrá salvado la relación de uno de sus más problemáticos obstáculos. Son desgraciadamente comunes las parejas en las que la mujer pierde todo apetito sexual debido a que se siente usada por el marido. Cuando sucede que un día tras otro, el varón solicita relaciones sexuales sin haber manifestado ningún interés por ella ni expresado de ninguna manera el afecto a lo largo del día, ella notará en sí un rechazo a la unión genital y si consiente en ella, notará una sensación de sumo desagrado que le empujará a sentirse usada. De ahí tantos fingidos dolores de cabeza y otras malas excusas con las que se evitan ese mal momento. Si la situación no cambia, con el paso del tiempo ella buscará la compañía de alguien que le haga sentirse realmente amada y valorada.
Por parte del hombre, al sentirse una y otra vez rechazado, acusará a la mujer de frígida y no tardará en hallar quién le satisfaga, bien por amor o bien por obligado pago a la salida del local.