Te predigo tu futuro según sean tus creencias
Te predigo tu futuro según sean tus creencias.
Cuentan que en la antigua Grecia, cierto sabio de la escuela sofística se sentó junto a un joven discípulo en las afueras de una ciudad concurrida, cerca de las murallas. Era día de mercado, por lo que el trasiego de personas que iban y venían resultaba considerable. El venerable anciano se colocó sobre una gran piedra a la vera del camino, donde todos le pudiesen observar sin dificultad. A sus pies colocó un cartel que con grandes letras rezaba: “adivino gratis tu futuro con los demás”.
Nuestro protagonista era conocido por su sensatez y por la aversión que profesaba respecto de los adivinos y demás charlatanes, por lo que la expectación ante su figura y su invitación gratuita resultó especialmente llamativa. La gente comenzó a hacer cola ante él, fuera para conocer su futuro, fuera para entender qué estaba tratando de adoctrinarles el viejo filósofo.
– Buenos días señora – dijo a la primera que se le acercó – veo que sale de la ciudad. ¿Quiere que le diga cómo le va a ir en la siguiente población que visite?
– Por supuesto – contestó ella intrigada – ¿de verdad me lo puede decir?
– Claro que sí –le dijo con mirada inquisitiva– para ello sólo necesito que me diga cómo es la gente de la ciudad de donde acaba de salir.
– Pues mire –explicó ella con tono extrañado– he estado cuatro días en esta ciudad, comerciando con las lanas que traigo desde mi país, y tengo que decir que me he encontrado con personas sumamente amables, honestas y bondadosas. La verdad es que me he quedado encantada. Lo que no entiendo –inquirió fijando su mirada en la de él– es qué tiene que ver esto con mi futuro.
– No se preocupe del porqué –afirmo él– pero le puedo asegurar que las personas que encuentre en las demás ciudades que visite, serán también en su mayoría amables, honestas y bondadosas. Vaya tranquila que así será.
Se acercó después un joven con aspecto desafiante y burlón, acompañado de otros tres de su misma calaña. Una vez delante del anciano le interrogó guasonamente por su futuro.
– Veo que sales también de la ciudad. Dime, a ti y a tus compañeros, ¿qué os ha parecido la gente de esta ciudad?
– Son todos una panda de salvajes –contestaron los tres con desprecio evidente y hablando todos a la vez– no hemos tenido más que insultos, peleas y problemas por todas partes. Las tabernas son un asco y nos intentaron estafar.
– No sabéis cuánto lo siento – les indicó el sabio – pero por las ciudades que recorráis en los próximos meses, me temo que vais a encontrar los mismos insultos, peleas y problemas. Iros en paz y tratad de no provocar muchos líos.
Llegó después un anciano con cara de avaro, encorvado y agarrando bien la bolsa de dinero. Se dirigía a la ciudad. Había esperado en la cola, contemplando a hurtadillas a cuantos tenía cerca con mirada torva y apretando contra el dinero contra su pecho cada vez que alguien se le aproximaba. Llegó su turno con el filósofo y le inquirió qué le podía predecir para la siguiente ciudad a la que se dirigía.
– ¿De dónde vienes? – le interrogó nuestro protagonista desde su piedra
– De negociar con estos avaros desconfiados de la ciudad
– ¿Y qué te han parecido?
– Ya te lo he dicho –repuso amargado– tacaños, interesados, cerrados y taimados. No se puede uno acercar a ellos sin que cojan su dinero como si fuese lo único que interesa.
– Pues ten cuidado –le comentó el sabio– porque por donde vayas, te vas a encontrar a la gente tacaña, interesada, cerrada y taimada; apegadísima al dinero, pensando sólo en él y desconfiando de ti.
A unos pastores que venían encantados de haber negociado su lana, leche y quesos les predijo que en las siguientes ciudades serían también encantadores con ellos. También predijo diversión y alegría a unos adolescentes que aseguraron haber encontrado personas alegres y divertidas en la ciudad; y auguró gente muy chismosa en su futuro a un persona que se quejó de las murmuraciones a las que eran tan aficionados en la población de la que provenía.
Su discípulo, de pie a su lado, seguía con interés las respuestas de su maestro. Al inicio, no perdía palabra y se admiraba de la seguridad con la que se atrevía a predecir el futuro, después cavilaba lo extraño que le resultaba que él, tan enemigo de agoreros, dedicase tanto tiempo a esa actividad. Al final ya se divertía percatándose de que lo único que hacía su maestro era enseñar a las personas que su juicio sobre los demás no era más que su propio reflejo aplicado al prójimo.
Cuando el anciano terminó, le dijo al discípulo:
– Te he estado observando y por tus gestos creo que has aprendido la lección
-¿Y cuál era maestro –inquirió él disimulando– tal vez que los demás te tratan como tú los tratas a ellos?
– Y que juzgas a los demás según tus propias virtudes y vicios –sentenció él– si tu corazón es bueno, juzgarás buenos a los demás; si es malo estás sentenciado a sentir y sufrir maldad a tu alrededor dondequiera que vayas.