Matar al Amor
El demonio que quería matar al Amor
Hace muchos muchos años, en lo más profundo del averno, el demonio reunió con carácter de urgencia a todos los diablos. Cuando hubieron llegado todos, el demonio les dijo:
– Os he reunido a todos porque tenemos que acabar de una vez por todas con nuestro mortal enemigo: el Amor. Estoy harto de él. No lo soporto más. Me tiene hasta los cuernos. No puedo ver a tantas parejas quererse, amarse, ayudarse y ser felices. O acabamos con él de una vez, o todo nuestro esfuerzo por romper la felicidad, quedará estéril. ¿Quién se ofrece de voluntario?
El primero en ofrecerse fue el demonio llamado Rencor, quien dijo:
– Iré yo, y os aseguro que en menos de un año el amor estará difunto para siempre; yo soy el padre de la rabia, del mal genio y de la violencia. No hay amor que me resista.
Un año después, los demonios se reunieron otra vez, expectantes de escuchar al Rencor, pero su esperanza cayó por los suelos cuando les dijo:
– He fracasado. Lo siento, lo intenté todo. Gracias a mí siempre había gritos, ironías, trampas, salidas de tono, palabrotas…. pero cada vez que yo sembraba una discordia, el Amor se presentaba en forma de reconciliación, hacía olvidar las faltas, superaba la crisis y salía adelante. No hay forma de acabar con él.
Tras escuchar su historia, el demonio llamado Ambición dio un paso al frente, sacó pecho, miró con desprecio a Rencor y exclamó altarero:
– Después del fracaso de este inútil, tendré que ir yo a solucionar la papeleta. Cuando el Amor se ponga en segundo plano, en favor del deseo de riqueza y poder, todo estará acabado para cualquier pareja”.
El terrible Ambición no perdió el tiempo. Comenzó a poner a los ojos de sus víctimas la hermosura de una vida henchida de los placeres que el dinero y el poder alcanzan a quien los posee. Las parejas comenzaron a tambalearse, pero en un momento dado, el Amor les hizo volver los ojos a la belleza de la entrega mutua y volvieron a reconciliarse.
Pasado un año, el Demonio convocó de nuevo la reunión y tras escuchar el nuevo fracaso de su enviado, montó en cólera y envió a la tierra a los demonios de los celos, quienes sembraron en las parejas toda clase de dudas, de susceptibilidades y de situaciones extrañas que debilitasen al amor y lo hiriesen hasta la muerte. El Amor acusó el golpe, se debilitó y estuvo a punto de sucumbir, pero se supo reponer No quería morir. Con fuerza y valor se impuso sobre ellos, y los venció.
En lo más profundo del infierno continuaron las reuniones anuales y se enviaron a la tierra año tras año a los peores demonios de destrucción. Acudieron allá los demonios Egoísmo, Falsedad, Lujuria, Frialdad, Indiferencia, Pobreza, Enfermedad y muchos otros que acabaron mordiendo el polvo uno por uno. Cada vez que el Amor los percibía, se parapetaba en el corazón de las parejas, cobraba nueva fuerza y finalizaba triunfante la contienda.
Satanás se retorcía de impotencia y rabia. Echando una espuma fétida y negra por la boca llegó a reconocer su derrota:
– Todo esta perdido. El Amor nos ha vencido. Son demasiados años luchando y está claro que tiene armas contra todos nosotros. Se acabó”.
De pronto, de una oscura esquina, con misterio y serenidad, se levantó un viejísimo demonio al que le gustaba pasar desapercibido. Era igual que una sombra, silencioso, tenue y sutil. Hablaba despacio, seguro de sí, con una calma desesperante y con una profundidad de voz que hacía temblar al mismísimo Belcebú.
– Yo mataré el Amor. No dijo más.
Satanás, le miró con sonrisa complacida de victoria y le dijo:
– Ve y hazlo.
En menos de un año, el Demonio volvió a convocar la reunión, y lo hizo expectante, jubiloso, feliz. Por fin, EL AMOR HABÍA MUERTO. Al iniciar la reunión, el inquietante y turbador demonio que había acudido a la lid contra el gran enemigo, tiró el cadáver del Amor en el centro de la sala y les habló:
– Aquí lo tenéis. Muerto y acabado. Fin del problema.
Y se marchó
Satanás lucía su primera sonrisa en varios centenares de milenios de años, pero no decía nada. Solamente asentía con la cabeza. Estaba pletórico.
Uno de los demonios más jóvenes, temblando ante la imponente figura del triunfador, le llamó cuando éste se alejaba y le preguntó quién era. Él se volvió lentamente, lanzó una mirada de odio y de desprecio hacia la congregación y con su cavernosa y potente voz, les dijo:
– Soy La Rutina.