Las fuentes de las creencias
Nuestras creencias van a marcar nuestro destino, por ello es indispensable conocer qué es lo que crea o destruye estas creencias. Existen concretamente tres fuentes de las creencias y las tres están directamente relacionadas con las personas que viven con nosotros.
La primera de estas fuentes es el ambiente en el que estamos inmersos.
Quien vive en un mundo de personas positivas, sinceras, bondadosas, justas, trabajadoras, optimistas, colaboradoras y amables, verá normal adquirir una conducta positiva, sincera, bondadosa, justa, trabajadora y demás. Por el contrario quien se zambulle en un mundo de negativos, mentirosos, malvados, violentos, maleducados, fracasados, resentidos o enojados acabará incorporando esos comportamientos a su manera propia de actuar.
Lo más interesante de todo esto, es que concebimos que los demás tienen los mismos esquemas mentales que nosotros y por lo tanto nuestras mismas creencias. El dicho de que “cree el ladrón que todos son de su condición” es aplicable al caco y al honrado, al bueno y al malo, al sincero y al mentiroso. Todos tendemos a pensar que los demás perciben las cosas como nosotros las percibimos. Pensamos que los demás mantienen las mismas creencias y hábitos de vida que nosotros.
Cuando eliges la pareja, no estas eligiendo una persona solamente, sino un ambiente que va a influir en tu vida. Te casas también con su familia, su cultura, sus amigos y su esquemas mentales. Lo que rodea a esa persona te acabará por circundar a ti, con sus consecuencias positivas o negativas.
La segunda fuente, es la valoración que hacemos de las acciones que realizamos. Cuando eres capaz de lograr algo grande, te das un espaldarazo en la capacidad de triunfar y de hacer las cosas bien
Si eres capaz de fijarte continuamente en tus triunfos y logros, te crearás el hábito de triunfar y de hacer las cosas bien. Incluso actividades y habilidades que te parecían imposibles acabarán convirtiéndose en sencillos pasatiempos una vez que te formes el hábito de centrarte en la habilidades que te distinguen y disfrutes de ellas cotidianamente.
Por el contrario, si tu mirada se dirige continuamente hacia los fracasos por los que has pasado y te estás recuerdas una y otra vez las cosas que te salen mal o los errores que has cometido, alimentarás en tu cerebro la creencia de que no vales y de que no sabes hacer las cosas. De esta forma el cerebro te llevará a fracasar incluso en lo realizas de forma extraordinariamente buena.
Por eso, es sumamente importante cuidar las palabras que usamos con nosotros mismos, pues de ellas va a depender la autoimagen que nos formemos y por lo tanto la creencia que el cerebro se forme de nuestra persona. Sé meticuloso con las palabras que te diriges a ti mismo. Repítete continuamente que eres una persona buena, que buscas el bien, que amas a tu prójimo, que te mereces una buena pareja. Dite a ti mismo que tienes todas las capacidades para ser feliz, para sembrar alegría y paz, para ser libre y tener éxito en tu vida. Tu cerebro lo entenderá y se dispondrá a realizar lo que le comunicas. Si por el contrario te dices a ti mismo que no vales, que eres una persona inútil, nociva, perezosa, que todo lo haces mal, que no sabes relacionarte, que nunca vas a encontrar pareja, ten la seguridad de que tu cerebro se encargará de que todo eso se convierta en una triste y desesperanzada realidad.
La tercera fuente son las opiniones que los demás versan sobre nuestra persona. Pues bien, la persona que vivirá a tu lado, será la que continuamente esté evaluando lo que realizas y fijándose en tus aciertos o tus errores. Si es lo suficientemente cabal como para impulsar tus aspectos positivos, recordarte tus habilidades, valorar tus trabajos, apoyarte en tus iniciativas, confeccionar contigo los mejores planes y animarte en tus dificultades, tu cerebro se sentirá vigoroso para emprender cualquier actividad con la seguridad de que puede triunfar. Si por el contrario, eliges para compartir tus días a alguien que no sabe valorar lo que haces, que se comprara contigo, que te recuerda tus errores, que se muestra pesimista ante tus ilusiones, que cree que todo lo haces mal y que te dice que no vales, tu cerebro puede llegar a creer que es verdad y comenzará a funcionar a medio gas, sin la ilusión del triunfo y tendiendo hacia el fracaso de modo irremediable.
Las palabras que nos dicen las personas cercanas tienen una repercusión en nuestras vidas que pocas veces somos capaces de evaluar. Una simple palabra de aliento vale a veces más que millones de euros, y un desprecio proferido por quien debería servirnos de sostén, puede hundirnos el ánimo hasta la misma depresión.