Ramón y Cajal, un castigo que le valió el premio Nobel
…y convirtió su castigo en un premio nobel
El descubrimiento de la doctrina de la neurona y su aplicación al mundo de la neurociencia, clave para el vital y fantástico avance de las ciencias médica y psicológica la debemos a un castigo y a una vieja navaja de barbero.
Santiago Ramón y Cajal era un joven sumamente inteligente y curioso, pero su carácter firme y tozudo –le encantaba presumir de sus orígenes aragoneses– le procuraba cantidad de problemas en la escuela. Su padre, médico, se disgustaba tanto con los problemas que creaba Santiaguet, que lo castigaba de vez en cuando enviándolo a trabajar de aprendiz de barbero.
El chico, acostumbrado a buscar el porqué de todas las cosas y a sacar el máximo provecho de ellas, se aplicó con interés a manejar aquellas decimonónicas navajas de barbero, cuyo filo bastaba para degollar a un hombre al mínimo descuido. No falló Santiago y gracias a su gusto por hacer todo bien se convirtió en un artista con la navaja.
Más adelante, siendo ya adulto y entregado en cuerpo y alma a descubrir el fantástico mundo de la neurociencia, tan poco conocida en ese entonces, se aplicó a una técnica que parecía imposible. Con su navaja, estuvo rebanando milimétricos cerebelos de pollo y laminándolos cuidadosamente para analizar sus células. ¿se puede realmente laminar un minúsculo cerebelo de pollo? Solamente con una destreza de barbero usando la navaja. Don Santiago la obtuvo por haber aprovechado el castigo al que su padre le sometió.
Con sus investigaciones sobre los cerebelos y su cuchilla, alcanzó el premio nobel de medicina en el año 1906.