Creando tus propios monstruos
Creando tus propios monstruos
Cuentan que en oriente, hubo un gran místico que se pasaba el día meditando en las cuestiones más profundas de la existencia. Quería conocer el porqué de la vida, del amor, de la muerte, del cosmos y de Dios. Transcurría sus días inmerso en los más recónditos recovecos de su alma buscando la solución a las cuestiones agudas e insolubles del peregrinar humano.
Una mañana comenzó su rutina diaria, tratando de abstraerse de todas la realidades materiales, cuando de repente, una pelota entró por encima de la pared del jardín, impactando contra su cabeza. Al poco rato, tocó en la puerta un adolescente pidiéndole con toda amabilidad que le devolviese la pelota. Él lo hizo con una franca sonrisa. No pudo evitar una sutil añoranza por esa época de la vida en la que no se tiene más preocupaciones que una pelota o una comba. La nostalgia le duró solo un instante. Tras él, retornó a sus meditaciones.
Unos minutos después, otro pelotazo, esta vez en el tejado, volvió a interrumpirle. Esta vez acudió él a recoger la pelota y a entregarla a los chicos, antes de que tuviesen que llamar a la puerta. De nuevo volvió a sus profundas reflexiones y por tercera vez le interrumpió el juego de los muchachos, ahora por medio de sus gritos y risas que llenaban el barrio entero.
Queriendo librarse de ellos meditó una estrategia ingeniosa. Salió a la calle y les dijo:
– “¿Cómo es que estáis aquí perdiendo el tiempo? ¿no habéis oído hablar de que en la plaza de la ciudad ha aparecido un monstruo de dos cabezas que echa fuego por la boca y viene a destruir el país?”
Los chicos salieron corriendo en dirección a la plaza, comunicando la noticia a todos los que se cruzaban por el camino. El místico estaba feliz de poder regresar a su estado de recogimiento, pero la alegría le duró poco tiempo. Apenas había comenzado a reflexionar, cuando le llegó de la calle un estruendo de personas que gritaban asustadas. Se asomó por la puerta y pudo contemplar a varias docenas de personas corriendo azoradamente. Una de ellas, cuando lo vio, le dijo.
– “¿Cómo es que estás aquí perdiendo el tiempo? ¿no has oído hablar de que en la plaza de la ciudad ha aparecido un monstruo de dos cabezas que echa fuego por la boca y viene a destruir el país?”
El piadoso hombre no podía creerse que su simple invención para alejar a los mozalbetes hubiese tenido tanto éxito. Se rió, se enorgulleció de su inventiva y regresó a sus interioridades, pero al poco tiempo, otro estruendo lo volvió a sacar de su búsqueda de la trascendencia. Otra vez se asomó a la puerta y otra vez encontró un grupo, esta vez mayor, corriendo hacia la plaza.
– “¿Pero qué es lo que pasa para tanto escándalo? – preguntó ya un poco molesto.
– ¿No te has enterado? ¿Cómo es que estás aquí perdiendo el tiempo? ¿no has oído hablar de que en la plaza de la ciudad ha aparecido un monstruo de dos cabezas que echa fuego por la boca y viene a destruir el país?”
Nuevamente cerró la puerta, pero esta vez, en lugar de sonreír, se preocupó. ¿y si fuera verdad? ¿podría tanta gente estar equivocada? No quiso ya volver a su tarea reflexiva, pues su mente estaba puesta en aquel supuesto monstruo. Ya dudaba si lo había inventado él o si pudiera existir de verdad.
Unas horas después escuchó un estruendo mucho mayor en la calle. Abrió la puerta y se halló ante una auténtica avalancha de personas que corrían hacia la plaza. Unos acudían asustados, otros armados con espadas y palos. Tras ellos, cabalgando su mejor montura y custodiado por la guardia real y sus mejores soldados, avanzaba el emir, con cara de decisión y dispuesto a la lucha.
Cuando nuestro personaje preguntó qué ocurría para que toda la ciudad, incluyendo al emir, se movilizasen de tal manera, la respuesta le resultó conocida.
– ¿Cómo es que estás aquí perdiendo el tiempo? ¿no has oído hablar de que en la plaza de la ciudad ha aparecido un monstruo de dos cabezas que echa fuego por la boca y viene a destruir el país?”
– lo han visto, pero ahora se ha escondido – replicó otro – y vamos todos a buscarlo antes de que nos destruya.
El místico, reflexionó por unos instantes y echó a correr con la multitud diciéndose a sí mismo: “¿Cómo es que estoy aquí perdiendo el tiempo? ¿no he oído hablar de que en la plaza del pueblo ha aparecido un monstruo de dos cabezas que echa fuego por la boca y viene a destruir el país?”