Controlar las emociones
El alimento la mente se cocina en el horno de las emociones
Estamos hablando de controlar cada pensamiento al que damos cabida en la mente. Pero todos sabemos que hay pensamientos y reacciones que provienen directamente de las emociones y que estas son muchas veces tan inmediatas que parecen imposibles de controlar. ¿es posible controlar las emociones? ¿es bueno hacerlo?
Si observamos atentamente nos damos cuenta de que hay personas que son capaces de controlar incluso las emociones más impetuosas. Por poner unos ejemplos que seguramente hayas contemplado y experimentado: imagínate que alguien se pilla la mano con una puerta, ¿porqué ante ese mismo hecho unas personas reaccionan con violencia y blasfeman lo peor que se les puede salir por la boca y otras gritan de dolor, pero son capaces de no proferir una sola palabrota? ¿porqué ante un distraído conductor que no avanza ante el semáforo en verde, entre los que están detrás unos gritan como posesos insultándole y otros esperan pacientemente o le dan un ligero pitido? La respuesta es sencilla. Unos dominan los impulsos y emociones y otros no. Reaccionamos a los impulsos según aquello a lo que hemos acostumbrado a la mente.
La emoción es más rápida que el pensamiento
Es innegable que nuestro sistema emocional es mucho más rápido que la mente racional. Apenas nos llega el estímulo y las emociones arrancan sin que nos lleguemos a dar cuenta de ello. Según crezca la intensidad de la emoción, disminuye nuestra capacidad de racionalizar la respuesta. Incluso en casos extremos no es posible reflexionar ni controlar lo que hacemos.
¿Porqué las emociones toman a veces el control de nuestra vida? Es un mecanismo de defensa de la naturaleza ante un peligro inminente. Si por ejemplo vamos por el campo y sale una fiera dispuesta a devorarnos, no tenemos tiempo a pararnos a reflexionar qué hacer; la razón es demasiado lenta y la propia naturaleza pone a funcionar todo el sistema nervioso, los músculos, la oxigenación cerebral y el ritmo cardiaco para aumentar el riego sanguíneo. Todo esto, sin que nuestro cerebro pueda procesar una sola palabra. El resultado es que nuestras piernas alcanzan inexplicablemente una velocidad que soñaría Usain Bolt en sus mejores tiempos.
Si el horno de las emociones no está preparado, tu lobo comerá alimento malo… con sus consecuencias
La rapidez de la mente ante una emoción intensa hace imposible una reflexión ni una medición de las consecuencias de la acción que se emprende. Cuando nos sucede un imprevisto o una situación de peligro o un evento que nos causa enfado, sentimos una certeza muy grande de cómo actuar. El instinto emocional sustituye a la razón y lo seguimos sin pensar. A veces gritamos, golpeamos o huimos seguros de que eso es lo mejor que se puede hacer.
Sin embargo, cuando las cosas vuelven a la normalidad, pensamos porqué hemos obrado así. Nos da la impresión de que no éramos nosotros mismos. ¿Qué es lo que ha pasado? Muy sencillo: que la mente racional ha llegado más tarde que la emocional.
En ocasiones demasiado tarde, cuando las consecuencias de la violencia o agresividad han roto todo un trayecto vital. Pensemos en cuantas amistades y familias se han roto por cosas dichas o hechas en momentos de pasión, o cuantos han llegado a golpear o matar a seres queridos en momentos de enfado.
Esta capacidad que tienen las emociones para apoderarse de nosotros juega un papel importantísimo en situaciones de peligro inminente, sea para bien o para mal. Es una especie de rapto de las emociones sobre el cerebro que dura sólo unos segundos, pero en esos segundos se toman a veces, decisiones vitales.
Esta inteligencia de las emociones tiene un lado positivo y es que capta la realidad más rápido que el cerebro simplemente por intuición para saber si alguien me está engañando, me quiere, me tiene envidia… y todo ello sin dudar y sin que el cerebro se explique porqué. Esto nos da una ventaja grande a la hora de llevar adelante las relaciones humanas y nos salva la vida ante peligros físicos inminentes donde la rapidez para actuar resulta vital.
Controlar las emociones para que ellas no nos controlen
El problema que esto presenta para el ser humano, consiste en que resulta muy fácil dejar a las emociones coger las riendas de la vida. Con ellas al mando, no hace falta pensar mucho. La tentación es tan grande que muchas personas caen en ello de una forma u otra. Entonces el drama está servido. Hacemos de las emociones nuestro estilo de vida, éstas mantienen al cerebro perpetuamente raptado y la vida naufraga en un vertiginoso vórtice que la arrastra irremisiblemente a la sima más profunda de la frustración.
Quien vive de las emociones, está restando a su vida lo más hermoso de ésta: la libertad para regir cada uno de los actos según las decisiones propias, tomadas en los momentos de lucidez.
La batalla se gana en frío; siendo dueño de cada pensamiento con el que alimentas al lobo
Entonces, si no podemos controlar las emociones en los momentos de peligro ¿no hay forma de que el pensamiento las domine? La respuesta es que sí puede, pero no en ese momento. La batalla se gana mucho antes, en los momentos cotidianos, en los pequeños actos de cada día, en las miles de decisiones aparentemente insignificantes que tomas cada jornada. Cuando las emociones son pequeñas y aún controlables es el momento de alimentar al lobo bueno.
Cuando alguien en casa rompe una copa, puedes pensar si enfadarte y gritarle o no darle importancia. Cuando alguien te pisa sin querer, puedes controlar si le pones mala cara o le sonríes; cuando el camarero te trae el café puedes pensar si agradecérselo o pasar él.
Cada día tomamos miles y miles de esas pequeñas decisiones. La reacción que decidamos tener en estos pequeños momentos será, a la larga, la que determine cómo serán nuestros impulsos ante situaciones imprevistas y la capacidad de dominio que tengamos sobre ellos. Si te acostumbras a obrar según la razón y no según los caprichos emocionales de cada momento, te forjarás el hábito de controlar los impulsos cuando éstos sean más fuertes y alcanzarás a suavizar y orientar las decisiones importantes en los momentos trascendentales.
Un viejo chiste malo, pero con mucha miga
Cuentan que en los inicios del ferrocarril, aquellos gusanos gigantes de hierro que se arrastraban a velocidades infernales por medio de los campos, resultaban para los sencillos pastores un auténtico misterio y, sobre todo, un peligro mortal que les llevaba a la ruina en el momento más impensado. Cuántas ovejas perdidas por la repentina e inesperada aparición de aquellos monstruos de la modernidad que pasaban por medio del rebaño regando de sangre, miembros cercenados y dolor la tranquila vida de los campos. Algunos pastores, como Gervasio, tardaron muchos años en acostumbrarse a respetar el trazado de las vías y los horarios del ferrocarril.
Por ello, Gervasio, se encontró un buen la ciudad buscando un trabajo con el que ganarse la vida. En tres ocasiones había dejado a las ovejas pastar por las vías y en las tres el tren se había presentado veloz y sanguinario, diezmando a las pobres bestias. A Gervasio le despidieron por irresponsable pero él consideraba que el único culpable era aquella culebra humeante, ruidosa y gigantesca que acechaba maliciosa para atacar a las ovejas. Deambulaba por la ciudad meditando en el desastre que constituía aquel invento mortal y en la pérdida de su empleo, cuando de repente, en el escaparate de un juguetería, se encontró con un diminuto tren eléctrico que funcionaba girando alegre para encanto e ilusión de los niños que lo contemplaban estáticos.
Sin pensárselo dos veces, entró en la juguetería empuñando el poderoso garrote que siempre le acompañaba y la emprendió a estacazos con el pobre juguete. Los niños lloraban de terror, la dependienta temblaba impotente y el público que se iba conglomerando incrédulo ante lo que contemplaba, acertó a llamar la atención de dos policía que hacían turno por aquella calle. Cuando después de una dura lucha consiguieron reducirle, le preguntaron porqué hacía aquello.
– Porque a estos –respondió él convencido y señalando al pequeño tren destrozado– hay que matarlos de pequeños, porque de grandes te destrozan la vida.
Ante una situación de enfado, de miedo, de preocupación o de enamoramiento, podemos dejarnos cegar y arrastrar por impulsos irracionales o serenarnos y pensar qué hacer. Todo va a depender del control que hayamos alcanzado sobre nuestras emociones en los pequeños momentos cotidianos; de la fuerza con que tengamos cogidas las riendas de nuestra vida.
Si eres capaz de controlar tus emociones pequeñas y tus pequeños pensamientos para obrar según tus valores, te crearás el hábito de reaccionar siempre bien en los momentos importantes. Incluso en los momentos más irracionales de acontecimientos extraordinarios (el diagnóstico de una enfermedad, un choque, un atraco, la muerte de un ser querido…) tus reacciones no serán violentas ni de consecuencias tan perniciosas. Sobra decir que quienes reaccionan según sus principios y valores se atraen entre sí. Lo mismo sucede con los que por el contrario alimentan al lobo malo con reacciones violentas y desbocadas.
Al final tenía razón –con algún matiz– el que dijo que la vida es una comedia para quienes piensan y una tragedia para quienes sienten.