Proactividad contra toda esperanza
La proactividad en un campo de exterminio
Stanislavsky Lech. Fue un ciudadano polaco que durante la segunda guerra mundial, tuvo soportar -igual que Viktor Frankl – que los nazis irrumpiesen en su hogar una noche y le arrestasen junto a toda su familia. Él no tuvo la suerte de poder esperar a verlos de nuevo, como otros arrestados, pues los asesinaron delante de sus ojos. A él lo condujeron a un campo de exterminio cerca de Cracovia.
Como los demás prisioneros, se encontró sometido a los mayores horrores y observaba como muchos compañeros morían de hambre, se suicidaban desesperados y rabiaban de odio y de impotencia ante la desgarradora suerte que pendía sobre ellos. Stanislavsky, quería escapar. Sabía que nadie lo había hecho y que cualquier intento se pagaba con la muerte. No le importaba. Quería escapar. Necesitaba escapar. La muerte era la única alternativa al escape. Su mente no se hundió en reniegos ni lloros. Prefirió centrarse encontrar soluciones… y encontró la que necesitaba.
En cierta ocasión, trabajando en el campo, percibió un nauseabundo olor a carne putrefacta que provenía de un lugar no muy lejano. Indagó y se percató de que no muy lejos de su trabajo estaba el camión que transportaba los cadáveres de quienes habían sido asfixiados en las cámaras de gas. Con el horror grabado en sus pupilas contempló aquellas decenas de cuerpos retorcidos, desnudos e inertes de mujeres y hombres que habían padecido la faceta más bestial de la humanidad.
Muchas personas habrían llorado y gritado ante tal espectáculo, otras habrían buscado la muerte de su propia mano para no acabar como los que estaban en la caja del camión, otras se hubiesen encerrado en pensamientos filosóficos o religiosos sobre el mal, el dolor y el destino humano. Lech no hizo nada de eso. Lo que él quería era escapar, así que sin pensárselo dos veces, se aseguró de que nadie lo observase, se despojó raudo de su ropa, y si ningún tipo de escrúpulo ni asco, se zambulló en el dantesco cuadro de cuerpos. Se hundió entre ellos soportando la peste de aquella masa de despojos en semidescomposición y aguardó a que el vehículo se pusiese en marcha.
Después de unos kilómetros, sintió como el motor se frenaba, se alzaba la carga y su persona se deslizaba entre toda aquella carne muerta hacia una fosa común. Tras una quieta espera haciéndose el muerto, donde cada minuto le parecía una completa eternidad y donde a cada instante le parecía adivinar a un soldado apuntándole a la cabeza, se dio cuenta de que estaba solo en una montaña. Salió de la fosa con todo el cuidado que le fue posible, buscó un camino y desnudo en la noche avanzó por él a lo largo de cuarenta eternos kilómetros hasta encontrar un refugio y la ansiada libertad.
¿Qué salvó a Stanislavsky? ¿la suerte? ¿las circunstancias? ¿el cielo? Llamémoslo como queramos, pero al final fue su mente proactiva, el labrar su destino, el no dejarse derrotar, el negarse a que las circunstancias le arrebatasen su libertad. Logró escapar porque nunca dejó a su mente ser prisionera. Alcanzó su soberanía porque nunca permitió a su alma someterse a la tiranía de la fortuna.
Tú tienes tu vida entre las manos. De ti depende someterte al despotismo de las circunstancias, de los sentimientos, de las opiniones de los demás y de los miedos a la vida, o bien marcarte tu destino a través de tus valores, forjar tu propia libertad en cada una de tus decisiones y vivir cómo y con quién tú hayas decidido.