La importancia de la formación de la voluntad
Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad
(Albert Einstein)
Hablar de voluntad en nuestros días suena a reaccionario. Tal vez, se debe a que los mensajes que recibimos continuamente de los medios de comunicación en los anuncios, en las canciones y en los lemas de muchas ideologías se basan en todo lo contrario: hacer lo que nos pide el cuerpo en cada momento, el “carpe diem” de seguir los impulsos, el “hakuna matata” que nos enseñó el Rey León, en la mal entendida libertad de vivir según los caprichos, los antojos y las ocurrencias del sentimiento que me domina en cada instante.
Durante la adolescencia, cuando el ser humano quiere liberarse de la disciplina impuesta a lo largo de la infancia, esos lemas suenan muy bien y parecen cumplir todo lo que se puede desear. Suenan a libertad, a realización, a ser uno mismo y a sacudirse lo que otros nos han impuesto. Es una liberación necesaria y buena cuando se mantiene dentro de unos márgenes pero muy peligrosa cuando se instala en la vida de forma permanente.
A llegar la juventud, nos damos cuenta de que la vida no es tan fácil y que el “hakuna matata” equivale a quedarse bailando en el puerto cuando el barco de la vida ya ha zarpado. A medida que se va ganando en juicio, la persona se percata de que hay algo muy por encima de las ganas y los gustos. Según se van cogiendo responsabilidades, la vida nos va pidiendo un grado superior de autovencimiento para ser y hacer lo necesario para salir adelante. Cuanto más alto sea lo que se quiere lograr en la vida, mayor deberá ser la autoexigencia y por lo tanto, el mundo de los caprichos sonará a lastre y a impedimento para una existencia plena.
Es ahí, exactamente ahí, donde encontramos la importancia de haber formado la voluntad durante la pubescencia, porque la voluntad es precisamente “la capacidad humana para decidir con libertad lo que se desea y lo que no” (definición de la RAE). Llega el momento en el que tengo que decidir lo que voy a hacer en la vida, pero -¡ay!- ¿soy capaz de poner los medios? ¿me he acostumbrado a poner mi deber por encima de mis antojos? ¿domino mis impulsos para seguir la razón? ¿soy capaz de sobreponerme a las tendencias del momento?
Quiero sacar una buena carrera universitaria, ¿seré capaz de madrugar, asistir a las clases, seguir una rigurosa metodología de estudio, pasar horas y horas ante los libros, vencer los nervios en los exámenes?
Quiero ser compatible con una gran persona para formar una familia ¿seré capaz de mostrar un buen nivel de educación? ¿sabré controlar mi carácter? ¿podré compartir tiempo y costumbres? ¿sé ceder en mis cosas para dejar espacio al otro? ¿distingo entre mis derechos y mis caprichos?
Quiero independencia: ¿soy capaz de aceptar responsabilidades? ¿tengo hábitos de orden y ahorro en la economía? ¿puedo cumplir mi deber sin que me lo recuerden?
Tomar las riendas de mi ser para que mi lobo sea lo que yo deseo
Y en lo que ahora nos ocupa: necesito urgentemente cambiar mi mente para ser yo quien la domine y no ella a mí. Quiero ser dueño de mis pensamientos para ser yo quien los dirija y no ellos los que tiranicen mi destino. ¿seré capaz de que mis pensamientos se dirijan al bien, al amor, al triunfo, a la inteligencia, al deber, a la felicidad, a la paz? ¿seré capaz de controlar los pensamientos negativos de ira, rencor, enfado, susceptibilidad, envidia, inferioridad, pesimismo, violencia y demás?
¿Lograré que mis palabras sean siempre buenas y sensatas, que apoyen, que ayuden, que animen, que lleven al éxito, que sigan los criterios de la verdad, del bien y de la justicia?
¿Lograré que mis actos estén en coherencia con mis ideales de bondad, de veracidad, de honestidad, de paz, de victoria, de eficacia, de inteligencia, de fidelidad y demás aspiraciones que me pide el corazón?
¿Lograré la felicidad que me he propuesto? ¿qué me lo impide? ¿como mantener el timón firme y fijo hacia esos fines?
La única respuesta es la voluntad.
El drama del ser humano consiste precisamente en la lucha interna que sufre entre el bien que ve y aprueba y el mal al que tiende tantas veces sin ni siquiera saber porqué – nos volvemos a encontrar con los dos lobos del corazón – y teniendo que derramar tantas lágrimas de arrepentimiento por haber caído en lo que no deseaba.
Es interesantísima la repercusión de aquella frase que el poeta Ovidio pone en boca de Medea en la obra Metamorfosis “video meliora provoque, deteriora sequor”, que se puede traducir por “veo las cosas más excelsas y las apruebo, pero sigo las malas”. Desde que la escribió en el siglo I a.c. ha sido comentada y meditada por los más altos representantes del pensamiento moral, desde Séneca a san Pablo en la carta los Romanos, pasando por el filósofo John Locke en su obra “ensayo sobre el entendimiento humano”, Petrarca, Séneca, Clarín y una variedad infinita en las diversas culturas y épocas. Insisto en que estamos ante un auténtico drama dentro del ser humano. Quien le pone solución alcanza el equilibrio vital y es feliz. Quien no, está avocado a seguir el mal y hacer de su vida un infierno.
Los educadores y psicólogos no dudan en otorgar a la voluntad una importancia igual o incluso superior a la inteligencia (hablando de tener al menos la inteligencia suficiente para andar por la vida, claro) pues la persona con voluntad llega mucho más lejos que el inteligente en cualquier campo de la vida que se proponga. La persona de voluntad, es aquella que se fija un objetivo en la vida y lo sigue pase lo que pase.
Sé tu propio héroe consiguiendo lo que quieres
A la humanidad siempre le han encandilado las grandes historias de héroes. Todos hemos gozado con alguna y hemos soñado ser la princesa de un cuento, o el capitán trueno, o uno de los personajes de Titanic o de Gladiador. En realidad, si nos fijamos bien, ese gran héroe es un ser humano que se marcó un ideal noble y tuvo la voluntad suficiente para alcanzarlo a pesar de las mil dificultades que se le opusieron.
Los héroes lo son porque fueron capaces de tender hacia el ideal por encima de las apetencias e impulsos del momento que le pudieran apartar de él. No hay más misterio. Por lo tanto, tú puedes ser tan héroe como ellos. Sólo necesitas la misma voluntad férrea.
La voluntad, al final, acaba siendo la garantía y camino para hacer realidad los sueños de felicidad que todos albergamos.
¿Qué hacer para alcanzar una vida regida por la voluntad? Hay tres pasos fundamentales: marcarnos un objetivo, tener claro el porqué lo quiero y poner manos a la obra.
Primero marcarnos un objetivo: a dónde quiero llegar
Hemos dicho –nos ha dicho la RAE– que la voluntad es la capacidad de decidir con la libertad lo que se desea o no, entonces lo primero que tengo que hacer es clarificar de la manera más nítida posible aquello que quiero para mi vida.
Sea a nivel global o de relaciones humanas se trata de sentarme y trazar mi plan de vida definiendo cuáles son los objetivos que más me importan y a dónde quiero llegar.
Segundo: para qué quiero llegar allí; mi motivación serán mis valores
Este es el punto clave, pues la voluntad se mueve en la dirección de lo que ve atractivo. Necesito preguntarme ¿qué es atractivo para mí? ¿busco en mi vida el bien, el amor, la verdad, el triunfo, el autoconocimiento, la lealtad,, el poder, la paz? ¿prefiero el dinero, el placer, la fama, los viajes, las emociones? Vamos a descartar que alguien enfoque su vida al odio, la venganza o la envidia, que son antivalores que destruyen todo atisbo de felicidad. ¿quiero combinarlos todos? ¿puedo hacerlo? Necesito aclarar qué es lo que realmente me hace feliz y me realiza.
Tercero: cómo lo voy a hacer; el camino
Una vez trazado el camino, hay que empezar a mover las piernas. Si tengo las ideas claras, nada me podrá frenar hasta llegar al objetivo, pero necesito analizar la forma de caminar, para que de verdad me lleve al destino elegido.
Se dice, y acaso se cree, que la libertad consiste en dejar crecer a la planta, en no ponerle rodrigones, ni guías, ni obstáculos; en no podarla, obligándola a que tome esta o la otra forma; en dejarla que arroje por sí, y sin coacción alguna, sus brotes, y sus hojas, y sus flores. Y la libertad no está en el follaje, sino en las raíces, y de nada sirve dejarle al árbol libre la copa y abiertos de par en par los caminos del cielo, si sus raíces se encuentran, al poco de crecer, con dura roca impenetrable, seca y árida, o con tierra de muerte. Aunque si las raíces son poderosas y vivaces, si tienen hambre de vida, si proceden de semilla vigorosa, quebrantarán y penetrarán las rocas más duras y sorberán agua del más compacto granito. (Miguel de Unamuno)