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Portada » Historias » ¿En qué consiste el amor?

¿En qué consiste el amor?

  • publicado por Rubén Darío Pulido
  • Categorías Artículos, Relación de pareja
  • Fecha 10 marzo 2021
  • Comentarios 0 Comentarios

¿Tu amor o cien millones de dólares?

Pregúntale a cualquier madre “¿te gustaría tener todo el dinero del mundo y ser la reina del universo a cambio del amor de tus hijos?” Ninguna en su sano juicio respondería que sí.
Pregúntaselo a cualquier abuelo: “¿cambiarías todo el oro del mundo por el amor de tus nietos?” La respuesta será un no rotundo.
Sabemos que el amor es lo más importante que tenemos en la vida, y que sólo él, vale más que cuanto nos pueda ofrecer el mundo.
El problema llega a la hora de saber dónde está el amor y si de verdad lo podemos encontrar. La respuesta es que el amor está más cerca de lo que pensamos y que lo podemos encontrar si en la aventura de su búsqueda aunamos inteligencia y corazón.
¿Quieres encontrar el amor? Felicidades.
Vamos a ello.

Distinguir es el principio de la sabiduría: la diferencia entre la locura hormonal y la entrega vital.

Quiero comenzar con uno de los textos más hermosos que se han escrito en la lengua castellana y que ha llenado a millones de adolescentes de un estremecimiento y de una intensa emoción cuando lo encontraron en sus estudios de literatura. Un soneto que hace rebullir ese cóctel de hormonas explosivas que se lleva dentro en la época estudiantil.

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso

no hallar fuera del bien centro y reposo
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño
esto es amor, quien lo probó lo sabe.
(Lope de Vega)

El texto es sencillamente delicioso y nos hace revivir lo más pasional y hermoso de los años de juventud. El problema llega cuando al cabo de los años piensas dónde fue a parar aquella efusividad, aquella pasión, aquel mundo que vislumbrábamos y nos prometía una eterna felicidad incandescente.

La mente traicionera nos evoca aquellas pintadas callejeras donde leímos más de una vez que “el amor eterno dura dos años” y sentimos el desánimo desplomarse sobre nosotros. El mismo Lope de Vega, el genio que regaló a la humanidad este soneto junto con otros miles de la misma calidad, tuvo una vida azarosa y mujeriega, testimonio de que ese amor pasional no lleva a la calma y la felicidad del verdadero amor que todos estamos buscando.

En el lado opuesto al amor juvenil y hormonal, se encuentra el de la entrega, y no hay mejor manera de exponerlo que a través de una antigua y poco conocida fábula oriunda en los primeros siglos de nuestra era. La contaban los primeros cristianos para explicar que el verdadero amor es el de la donación.

Conviene saber, antes de leerla que en la antigüedad se creía que el pelícano realizaba el gesto heroico de rasgarse su propio buche para alimentar a los polluelos cuando no tenía con qué alimentarlos.

La leyenda cuenta que Jesucristo se encontraba en el cielo varios siglos después de su vida en la tierra, y decidió descender al planeta para recordar los viejos tiempos de su andadura humana. Para ello, retomó su cuerpo mortal y comenzó a caminar por los lugares donde pasó sus años terrenales.

Comenzó por Belén y contempló nostálgico el portal donde nació, rememorando cuántas veces su madre María le había narrado los acontecimientos de aquella noche mágica: el posadero, los pastores, la mula y el buey, lo mal que lo pasó José preparando el alumbramiento….

Acudió después a Nazareth, el pueblo donde transcurrió su infancia y juventud. Recorrió las calles, los lugares donde se veía con los amigos, el taller de carpintería…. ¡Qué bonitos recuerdos de su convivencia con los humanos! De Nazareth siguió a los otros pueblos que rodean el lago de Galilea: Cafarnaún, Gennesaret, Betsaida, Tiberíades… cada uno de ellos se le presentaba rebosante de aventuras, de amigos, de enseñanzas y parábolas habidas en el pasado.

El siguiente lugar que le atrajo fue el desierto. Cuántos recuerdos le traía aquel paraje. En él oró antes de elegir a los discípulos, a él se retiraba para estar sólo, en él pasó los cuarenta días de ayuno…. Sin pensárselo dos veces, se internó en él. Caminaba sereno, con paso firme, pero al mismo tiempo evocando tantas aventuras y pasajes de su peregrinar terreno acaecidos en ese enigmático lugar. Caminó recordando, caminó contemplando, caminó examinando y caminó… hasta que el estómago empezó a reclamar su parte: tenía hambre.

En el desierto no hay mucho que comer, incluso para quien lo conoce, de forma que se puso a buscar dónde encontrar algo de sustento. En ello estaba, cuando de repente, se encontró cara a cara con un león. La fiera lo miró de manera enigmática, como dudando de lo que debía hacer, extrañada de tan noble presencia en el desierto, después, con paso alegre y distendido, se acercó a Jesús.

– Señor, ¿qué haces tú por aquí?- preguntó.

– Pues ya ves, hermano león, – respondió Jesús – he venido a la tierra a recordar viejos tiempos, me interné en el desierto y ahora resulta que tengo hambre y no encuentro nada que comer.

– ¿Cómo? – inquirió el león- Tú, el dueño de la creación, el hacedor de todas las cosas, el que me dio la vida ¿no tienes nada que comer? – y adoptando la posición de carrera inminente le dijo:

– No te muevas de tu sitio, por favor. Soy el rey de los animales y ahora mismo te voy a buscar la mejor pieza que se pueda encontrar para que te la comas.

Inmediatamente comenzó a correr a todo lo que sus poderosas piernas le permitían y buscó entusiastamente una buena vianda para su creador. Pero Jesús no esperó. Continuó su andadura por los parajes áridos de Palestina sin aguardar a que el león le satisficiese con el sacrificio de otro animal.

Pasados unos minutos, un águila vislumbró a Jesús desde las alturas. Al igual que el León, tardó en percatarse de quién era la figura que caminaba por el desierto. Parecía Jesucristo, pero ¿cómo podía ser él?. Se acercó con curiosidad y al cerciorarse de que efectivamente se trataba de él, se le acercó y repitió el mismo diálogo que el león había mantenido unos minutos antes.

Al informarse de que Jesús tenía hambre habló de forma muy parecida a la del felino:

-Tranquilo, Señor, que soy la reina de las aves y en menos de lo que puedas esperar, tendré ante ti la mejor comida que haya en varios kilómetros a la redonda y calmará tu apetito-. Dicho esto, alzó su vuelo majestuoso con la ilusión de agasajar a su creador con la mejor carne de toda la comarca.

Pero Jesús tampoco esperó. Siguió recorriendo los inhóspitos rincones por donde antaño había transitado hasta que ante sí se presentó, con su flamante plumaje, un simpático pelícano. No tenía ni la titánica fuerza del león ni la imponente elegancia del águila, pero su presencia sencilla y graciosa reconfortaba en medio de aquella terrible soledad.

Cuando Jesús le contó su peripecia y le explicó que no encontraba con qué calmar el estómago, el pelícano le contempló extrañado y le dijo:

– Señor, tú me has dado todo. Por ti he llegado a la existencia y por ti disfruto del mundo que me has puesto alrededor.

Sin pensárselo dos veces, rasgó con el pico su propio buche y dijo a Jesús.

-Toma lo que quieras. A ti te debo la vida, y será para mí un honor poder salvar la tuya.

Y Jesús comió de lo que el pelícano le ofrecía de su propio buche. A cambio, el pelícano ha sido considerado desde entonces el pájaro de la vida.

No es raro ver pelícanos en las catedrales, en las iglesias y en las vestiduras sacerdotales cristianas, al ser considerado el símbolo del amor por dar la vida por sus polluelos y por quien de verdad lo ama. Al mismo Jesucristo se le llama en los himnos gregorianos el “buen pelícano” por haber dado la vida por los demás.
¿Con quién nos quedamos? ¿Será mejor la pasión loca del poema de Lope o el profundo dramatismo de ofrendar la vida misma? Tal vez haya un término medio en el que podamos ubicar nuestra existencia, y para ello vamos a tratar de analizar qué es el amor y qué el enamoramiento.

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