¿Ves oportunidades o problemas?
¿Ves oportunidades o problemas?
Cuentan que en el siglo XIX una fábrica de zapatos quería expandir su mercado y para ello pidió a un trabajador que visitase las tribus de indios que poblaban bastos territorios a varios cientos de kilómetros de la manufactura. Su misión, obviamente, era la de convencer a los indígenas de las bondades y ventajas de sus calzados. El vendedor, sin embargo, no estaba muy satisfecho con el encargo.
– “¿Porqué tengo que ir yo? –discurría mientras emprendía la marcha– ¿se piensa que soy el más tonto para tener que meterme en estos andurriales tan remotos? ¿porqué tengo que estar pasando frío, viajando por estos parajes miserables y metiéndome a una aventura tan rara como convencer a los indios de que usen nuestros zapatos? Si los quisieran, ya bajarían ellos a la ciudad a comprarlos”.
Inmerso en esos pensamientos –y en otros acerca del jefe y de sus muertos que la dignidad de la historia no nos permite reproducir– llegó al primitivo poblado de los pieles rojas, pero no entró. Notó una sensación de rabia y de ridículo invadiendo su cuerpo, dio con furor media vuelta y viajó renegando de todo cuanto existe hasta la estación de correos más cercana. Desde allí le envió un furibundo telegrama a su jefe:
“He llegado tras varios días de penoso y oneroso viaje hasta las aldeas que usted me ha indicado y una vez contemplada la situación, la conclusión es clara; la misión es una pérdida total de tiempo. Emprendo mi viaje de regreso, pues estos indios ¡¡VAN DESCALZOS!!”.
Era evidente, a sus ojos, que el desconsiderado jefe, le había hecho perder su valioso tiempo para una misión que no tenía ningún sentido. Si hubiese tenido dos dedos de frente, se habría informado primero acerca de las tribus, sabría que no usaban calzado y él estaría tranquilamente en su casita en lugar de fatigarse por aquel semidesierto.
Desgraciadamente, la empresa para la que trabajaba nuestro hombre, duró unos años más, tratando de cubrir gastos, hasta que finalmente cerró.
Unos años más tarde, se acercó a los mismos poblados otro representante de calzados. Había emprendido el viaje con la ilusión de hacer crecer la empresa que le daba de comer y durante el trayecto se había imaginado a sí mismo hablando con los jefes de los indios, había planeado cuidadosamente las palabras con las que les iba a convencer de que sus zapatos eran una bendición, había calculado cada movimiento y cada gesto. Se había visualizado a sí mismo saliendo de esos parajes con un buen encargo para llevar a la factoría.
Al igual que el anterior vendedor, se acercó al primer poblado y tampoco entró. Al igual que el anterior, apenas vio a los primeros indios cuando dio media vuelta y se dirigió ágilmente hacia la oficina de correos más cercana para mandar un telegrama a su jefe. Sin embargo, sus emociones eran radicalmente diversas.
Al observar los pies desnudos de los indios, su corazón había dado un vuelco de alegría, notado toda una vaharada de emoción invadir su alma y presagiado que sus problemas económicos, y los de su empresa, estaban a punto de llegar a su fin.
El telegrama que envió rezaba así: “tenemos delante la mejor oportunidad que jamás se nos haya ofrecido. Tenemos el futuro resuelto, tenemos el mejor mercado del mundo, pues estos indios ¡¡VAN DESCALZOS!!
Cada día disponemos de miles de pensamientos con los que alimentar a uno o a otro lobo. Al final, no lo dudes, ese lobo crecerá, marcará quién eres y provocará que se acerquen a ti personas de un tipo o de otro. De la persona con la que acabes, dependerá gran parte de tu felicidad.
Esto mismo se aplica al campo de la moral. Más adelante hablaremos del tema de los valores. Elige bien los tuyos, porque atraerás a personas que vivan según lo que tú hayas elegido para ti.