No sabíamos que era imposible, por eso lo hicimos
No sabíamos que era imposible, por eso lo hicimos
En los países nórdicos, siguen una costumbre tan divertida como arriesgada, que es la de patinar plácidamente sobre los lagos y ríos helados. Es una escena preciosa para las películas y las postales de navidad. Los niños y adolescentes esperan ansiosos todo el año la oportunidad de enfundarse las cuchillas y correr hacia el agua sólida para unas horas de febril diversión.
El patinaje de los niños es inevitable; les apasiona. Los padres, sin embargo, no pueden evitar cierto nerviosismo mientras sus infantes disfrutan del estímulo de sus patines. Saben que cada año ocurren cientos de accidentes por inesperadas rupturas del hielo que pueden ser mortales. Cuando alguien cae al agua que fluye debajo de la capa helada, encuentra imposible hallar de nuevo la salida, por lo que el ahogamiento o la congelación son una posibilidad tan terrible como probable. Las prisas, el desconcierto, el nerviosismo y la desesperación impiden al cerebro reflexionar y ubicarse para hallar la salida a quien se encuentra en esa tétrica y mortal trampa.
En cierta ocasión, tres adolescentes noruegos se encontraron en esa tesitura. Uno de ellos notó cómo repentinamente y sin previo indicio, el hielo sobre el que se deslizaba se abría bajo sus pies con un crujido seco y tajante. Inmediatamente sus músculos se encogieron y retorcieron ante el macabro abrazo que la gélida agua le ofrecía. Cuando pudo reaccionar, no encontraba el agujero para escapar de la congelación.
Sus amigos, sin pensarlo dos veces, se lanzaron al agua, cogieron a su compañero y se dirigieron con él al boquete abierto en el hielo, salvándole así la vida.
Horas más tarde, con el chico recuperándose de la grave hipotermia en el hospital, la policía y el equipo médico preguntaban a los muchachos qué había ocurrido exactamente. Ellos narraron la caída de su compañero, el susto que se llevaron y cómo se zambulleron en el lago helado para rescatarlo.
– ¿Y encontrasteis después la salida? –preguntó un policía con cara de perplejidad–.
– Sí, claro. La buscamos y salimos rápido por ella con nuestro amigo.
– Pero bueno chico –siguió el policía con asombro– no os habían dicho que eso es imposible?
– Pues no –respondió el muchacho con naturalidad– nadie nos dijo que era imposible. Por eso lo hicimos.