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Portada » Historias » Los tres ingredientes del Amor humano

Los tres ingredientes del Amor humano

  • publicado por Rubén Darío Pulido
  • Categorías Artículos, Relación de pareja
  • Fecha 10 marzo 2021
  • Comentarios 0 Comentarios

Los tres ingredientes del Amor humano; inteligencia, voluntad y alma.
Para que el amor triunfe en nuestra vida, ha de ser ante todo un amor humano, es decir, que integre las tres dimensiones fundamentales del ser humano: la cabeza (inteligencia), el corazón (la voluntad) y el espíritu (el alma). Cuando falta uno de ellos, nos encontramos con las historias que inundan las revistas del corazón y del mundo de la farándula, con tantos amores intrascendentes, vanos, y superficiales que inician con la fecha de caducidad impresa ya en su portada. Cuando los tres intervienen armónicamente, garantizan el éxito.
Si queremos un proyecto total, nuestra implicación debe ser total y no podemos reducir la empresa más importante de la vida a un mero sentimiento, a un impulso emocional o a un interés social o pecuniario.
Si el enamoramiento es algo tan fantástico, sorpresivo e ilusionante, que nos aporta una nueva perspectiva del mundo y de nuestra vida, no lo tenemos que dejar escapar. Es como un barco que se enfrenta a un fuerte viento; puede dejar que el viento lo hunda, puede luchar contra él o puede izar las velas de tal manera que sea precisamente el soplo de Eolo quien lo haga avanzar más y con mayor firmeza hacia su destino.

Aprovechar el enamoramiento para conocerse a fondo.
El soplo del enamoramiento crea una nueva comunicación entre las dos almas, produce una compenetración profunda de sentimientos, de perspectivas y de conceptualizaciones que nunca hubiéramos ni imaginado en nosotros mismos. Los dos se introducen recíprocamente en las cavidades más íntimas del alma. Si se aprovecha ese momento para tratar los temas más profundos de la vida, y éstos van gustando, el enamoramiento se va convirtiendo poco a poco en algo más sólido y estable, que es la amistad.
La comunicación inicial es más bien superficial, se trata de agradar al otro y mostrar nuestro deseo de estar junto a él. Cuando este paso se supera comienza la fase – dentro del enamoramiento – de tratar aquellos temas trascendentales que marcarán toda la vida. Desde la concepción que el otro tiene de la vida hasta los aspectos más triviales de la organización diaria. No se puede hablar de una verdadera relación seria, ni se debería alcanzar ningún compromiso como pareja si no se han tratado sensatamente aspectos tan importantes como son las ideas acerca de la familia, el trabajo, las aficiones, la moral, la religión, la política, la higiene personal , las amistades o las labores dentro del hogar.

Subir de nivel para llegar a la amistad.
Al tratar esos temas, suelen llegar las primeras desavenencias y por lo tanto se es capaz de saber – y seguimos en el enamoramiento – si se está dispuesto a ceder o a acordar para seguir unidos. En caso afirmativo, nos vamos acercando a la amistad que es el fundamento de todo amor duradero.
La amistad nunca es egoísta, pues consiste en aceptar al otro y querer su bien incluso después de conocer sus defectos y sus diferencias con nosotros. Dentro del enamoramiento se puede alcanzar ese grado de amistad. Una vez alcanzada, es fácil quemar las naves y decidirnos a vivir para siempre con esa persona convirtiéndola en la propia vida. Habremos entrado, por fin, en el campo del amor.

Que tu pareja se convierta en tu mejor amigo
Dice el adagio popular que en esta vida “el acertar o no acertar está todo en el casar” y no le falta razón, pues la decisión más importante que se toma en la vida es precisamente esta. Pero la razón de su importancia, no está sólo en el hecho de que vas a tener que vivir con esa persona e introducirla en los aspectos más íntimos de tu ser, sino que en la elección, vas a plasmar quién eres tú, es decir, cuáles son las predilecciones que mueven tu vida.
Aquel adagio latino de pares cum paribus faciline congregatur es una verdad tan absoluta que corremos el riesgo de obviarla. Su traducción (los iguales se juntan fácilmente) bien podría equipararse al “dime con quien andas y te diré quien eres” de nuestro refranero, y es que la pareja que elijamos será un espejo de nuestros propios valores. El elegir pareja, nos da una oportunidad estupenda para subir un peldaño en nuestra vida, pues en ella buscamos un ideal que nos gustaría alcanzar y que por nosotros mismos nos somos capaces de lograr.

El ineludible examen sobre los valores.
Aunque el enganche para una elección tiene un alto contenido físico y sexual, existen otros contenidos de fondo que son los que nos deberían de interesar más de cara a la convivencia y no pueden quedar solapados por el primer impacto del flechazo. Estamos hablando de los valores fundamentales que ya revisamos en un capítulo anterior. Sería interesante revisar ahora qué puntuación obtuvieron los valores más propios de la convivencia, como son la bondad, la sinceridad, la educación, la amabilidad, la rectitud, la prudencia, la justicia, la templanza y las demás virtudes que hacen de la vida un camino recto y llano de cara a la convivencia.
Cuando proyectamos nuestra vida, la imaginamos con una serie de virtudes y cualidades que nos gustaría tener porque las consideramos importantes para nuestro transcurso vital. Esas virtudes son las que inconscientemente vamos a buscar en la pareja que deseamos.
Si a la hora de elegir, tenemos como prioridad esas virtudes, estaremos garantizando un futuro prometedor. Si nuestra búsqueda se queda en los aspectos externos como la belleza, la simpatía, el dinero o la posición social, hipotecaremos nuestro futuro en aras a un disfrute que no asegura ni de lejos la armonía necesaria para la verdadera felicidad.
La belleza, el dinero, la simpatía y la posición social son buenos y deseables, pero son aspectos que sin la presencia de un calado más profundo que dé consistencia a la relación, cuando lleguen los largos meses de convivencia, nos daremos cuenta de que hacía falta algo más para sostener el edificio del amor.

Recuerda: a fuego lento sale mejor.
Nuestra sociedad con su acelere, su cambio constante y su superficialidad no constituye ninguna ayuda a la hora de buscar una pareja para siempre, sino más bien al contrario. Vivimos en el mundo de lo inmediato, del impulso, de la sensación. Tenemos la impresión de que todo tiene que ser según llega y que si algo no funciona se cambia y ya está. En el imaginario colectivo se nos está formando una imagen de que las cosas son tan efímeras que no vale la pena hacerlas bien.
En la muy noble y culta ciudad de Salamanca, por los años ochenta, sucedió algo que llamó poderosamente la atención, se había estropeado uno de los puentes que cruza el afamado río Tormes, concretamente uno construido en el siglo XX. Los encargados de las obras colocaron muy prudentemente un cartel para que los vehículos pesados, los de más de 3.500 kilogramos, utilizasen para cruzar…..¡¡el puente romano!!
¿Cómo es posible que un puente construido en el siglo I, hace casi 2.000 años, tenga más consistencia que uno del siglo XX, construido con muchos más medios y con tantos siglos de experiencia acumulados? Tal vez porque en la antigüedad, precisamente por la falta de medios, hacían las cosas para que durasen para siempre, pues no era fácil construir otro. Por eso las construcciones romanas se mantienen aún en pie y las modernas, tan sencillas de elaborar con la maquinaria actual, no ofrecen la misma fiabilidad.
En nuestra sociedad a las relaciones les puede ocurrir algo parecido a lo de los puentes. Los puentes modernos son más monos, más estilizados y más prácticos que los antiguos, pero muchas veces son víctima de las prisas, de los requerimientos estéticos o de los caprichos del político de turno, y el resultado es una obra de arte o una solución para el tráfico a la que el tiempo acaba por dejar en entredicho.
Cuando esto ocurre con las relaciones, la trampa es devastadora. Buscamos en la pareja una solución a un problema concreto como puede ser la soledad, el aburrimiento, el dolor producido por una separación, una tensión con la familia o el amargor continuo de una trayectoria vital plagada de sinsabores. Entonces las prisas por encontrar una salida nos llevan a procurarnos una nueva relación que en el fondo es sólo un remiendo con pocas posibilidades de estabilidad.

El tiempo ayuda a profundizar y perfilar.
Antes de buscar pareja o de analizar si me conviene la que tengo en perspectiva, es muy bueno pararse a pensar cuál es la idea que tengo de la persona con la que deseo compartir mi vida. Qué cualidades debe tener, cómo deseo que me trate en los largos años que nos esperan juntos, cómo debería ser su relación con mi familia, los futuros hijos, mis amigos, el trabajo y la casa. Cómo quiero que sea respecto a la sinceridad, la honradez, la lealtad, la bondad, el carácter, la capacidad de entrega, las costumbres, los vicios, la amabilidad, las ideas políticas y religiosas y un largo etcétera que corresponda con mi jerarquía de valores.
La jugarreta que nos hace cupido con su flechazo es buena, pues asegura la perpetuación de la especie por la procreación. Sin embargo, a lo que empezó con el flechazo es necesario darle una buena repasada en la que se profundice, se corrija, se retoque, se pula y se abrillante la relación de cara a la convivencia futura; Es necesario prever los problemas y difíciles situaciones que nos presenta el mundo y para las cuales no nos basta tener al lado una criatura apta para procrear hijos sanos, sino alguien con el temple, el carácter y la sabiduría necesaria para llevar una existencia digna y feliz.
La persona que elijas como pareja, va a ser aquella con la que más converses en la vida y la que más va a influir en ti. Por ello, es sumamente importante que busques a alguien que te haga mejor.

Decide si vas a elegir tú o lo van a hacer tus hormonas.
A modo de resumen, es necesario tener en cuenta que el flechazo inicial llega a través de la rebelión hormonal que nos produce la presencia de un ser especial. En ese periodo de enamoramiento no encontramos defectos a la persona en cuestión, pero que una vez acabado el revuelo químico, normalmente después de dos o tres años, retomamos la realidad y comenzamos a examinar qué nos queda de aquel chispazo.
Si queremos que el engaño de la naturaleza no nos venza –recordemos que el objetivo del enamoramiento es juntar a dos seres para que procreen y perpetúen la especie– y que el encuentro se convierta en un amor para toda la vida, necesitamos reflexionar seriamente sobre los valores que tenemos en común a largo plazo. De esta forma cuando termine la fase hormonal y volvamos a usar el cerebro de forma normal, nos encontremos con que efectivamente esa persona tiene las bases para tejer una vida en común que dure lo más posible e incluso toda la vida.
No olvidemos que el enamoramiento se produce cuando menos lo pensamos y que no pregunta si estás emparejado o no. La Testosterona va a reclamar sus derechos cuando la mujer encuentre a ese hombre tierno y romántico, cuyo cuerpo le sugiera al suyo capacidad de procrear hijos sanos y cuidarlos y el mismo susurro escuchará el hombre cuando encuentre una chica divina de la muerte con sus buenos pechos, su cintura apetitosa y sus ojitos brillantes. La fuerza del enamoramiento embestirá con toda su potencia y sólo si tenemos claros los valores profundos que nos unen a nuestra pareja, seremos capaces de mantenernos firmes en nuestro proyecto a largo plazo en lugar de seguir un nuevo engaño de las hormonas cuyo final no nos ofrecerá ninguna garantía.

Si somos inteligentes en nuestro amor viviremos felices y agradecidos con la vida. Si nos dejamos esclavizar por los impulsos de las hormonas corremos un gran riesgo de acabar odiando a Cupido y deseando que nunca hubiese pasado por nuestra vida. Al final, cada uno pensará en Cupido según haya seguido la inteligencia o las hormonas.

Así pensará en Cupido el que haya seguido la inteligencia
Así pensará en Cupido el que haya seguido la inteligencia
Así pensará en Cupido el que haya seguido las hormonas
y así pensará en Cupido el que haya seguido las hormonas

 

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