Mimar la sexualidad para no banalizarla
Mimar la sexualidad para no banalizarla
Decían los latinos que “corrupta optima pessima”, traducible como “no hay cosa peor que la corrupción de lo mejor”, y esta frase la podríamos aplicar a la vivencia del sexo en nuestra sociedad.
El sexo ha pasado a formar parte de los reclamos publicitarios y las invitaciones a él por parte de los medios de comunicación son infinitos. Se nos quiere presentar el sexo como algo divertido, superficial y que no trasciende de un simple encuentro genital y físico. Sin embargo, las consecuencias del libertinaje sexual acaban muy a menudo en la esclavitud de una vida en la que no se entiende la profundidad y la belleza de un encuentro en el que se funden las almas desde lo más profundo de la psicología y la afectividad, y lo que en un principio se veía como libertad y emancipación de los tabúes sociales, puede mutarse en la privación de uno de los aspectos más hermosos, liberadores y plenos del ser humano, como es la entrega total del propio ser a otra persona por medio del acto sexual.
En este campo, parece que la sociedad en general ha olvidado que la libertad no consiste en hacer lo que te dictan tus ganas, sino en elegir el bien, lo que te hace más y mejor persona.
El ser humano tiene como uno de sus componentes esenciales el estar sexuado y las relaciones de pareja están vinculadas estrechamente a la atracción sexual. De hecho, el primer gancho de la naturaleza suele ser físico y nos impacta con tal potencia que en ocasiones llega a volvernos locos hasta extremos irracionales, como expresa Lope de Vega en su soneto. Sin embargo –y esto las mujeres lo entienden mucho más que los hombres– el amor está infinitamente por encima de la simple relación física y ésta es hermosa y plena cuando realiza su función de expresar la unión de dos espíritus que se han entregado psicológicamente. Cuando falta esto y al otro se le considera sólo un cuerpo que otorga placer, se priva al acto sexual de la magnificencia y esplendor que le caracteriza y que ha sido considerado en tantas ocasiones como una auténtica liturgia.
Este aspecto es importante, pues la tendencia moderna a sexualizar todo, a poner el sexo por doquier, a banalizarlo y reducirlo a simple placer, a estar obsesionado con cuántas veces lo hago, qué posturas dan más deleite o qué juguetes divierten más, nos puede privar de uno de los componentes más unitivos y profundos de la relación en pareja. Uno de los aspectos más importantes para entender la vida afectiva, es que la sexualidad humana está muy por encima de la genitalidad, y que ésta no es más que el culmen de una relación sexual que llega desde muy lejos. Relación sexual es ya el descubrimiento misterioso de ese ser que ha polarizado mis facultades hasta enamorarme profundamente. Relación sexual es ese acercamiento sutil que procura llamar su atención y agradarle. Relación sexual es ese gozo de sentirse correspondido, esa aproximación delicada para no romper la magia de la reciprocidad, esa ternura y ese cariño de las palabras, ese aspirar a la conquista y a dejarse conquistar, esa complicidad y compenetración que emergen con el transcurrir de los días. Cuando la relación secunda estos pasos, el encuentro físico se convierte en la coronación de una cima, en el remate de una obra de arte, en el apogeo de la fusión de dos espíritus. Estamos a años luz del entretenimiento pueril y huero al que quieren reducir la genitalidad en los medios que usan de ella para su negocio.
Cuando el amor –y no el placer- se presenta como protagonista principal del encuentro de dos espíritus, la garantía de la pareja crece exponencialmente. Cuando los dos se entregan desde lo más profundo de sus almas y dejan el placer como simple –aunque importante– consecuencia de esa donación recíproca, entonces y sólo entonces, la relación sexual se convierte en un encuentro de persona a persona y no de cuerpo a cuerpo.
